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A 51 años del triunfo de la Revolución, un vistazo a la “ética” del régimen
Por Mario Alegre Barrios / malegre@elnuevodia.com
Escribir -o hablar- del tema de Cuba es como caminar de puntas en un campo minado, siempre a merced de las pasiones antagónicas que desde hace 51 años han marcado a millones de cubanos que tienen en el advenimiento de la Revolución el parteaguas -para bien o para mal- de sus vidas.
Quizá lo más sensato sería mantener una distancia prudente del asunto, mirarlo con cautela y, si acaso, comentarlo dentro del difuso y estrecho margen de lo que puede ser considerado como “políticamente correcto”, cuidando mucho de no herir sensibilidades...
Sin embargo, después de varios años en este oficio se aprenden algunas cosas importantes y también se validan otras pocas, como es el caso -entre estas últimas- de que no se escribe para complacer a alguien... ni siquiera a uno mismo, sino por la inquietud fundamental de que las palabras sean un detonante para la reflexión, un punto de partida para el diálogo, una invitación al debate.
Este viernes se cumplieron 51 años del triunfo de la revolución comandada por Fidel Castro y con el festejo en La Habana se inició un nuevo calendario no sólo para el mundo, sino también para la historia de este país en un camino marcado por la incertidumbre exacerbada por una crisis cuya hondura escapa ya de los controles habituales de un Gobierno empecinado en una retórica ideológica que, si bien funcionó para consolidar en el poder al régimen castrista, se desmorona de manera incuestionable ante la realidad más que evidente que vive esa sociedad polarizada entre el fidelismo y la desesperanza.
Más allá de todas las teorías sociales y antropológicas con las que los devotos de los hermanos Castro explican y justifican las bondades del régimen que se apropió de las vidas de los cubanos hace 51 años, más allá de todas las virtudes con las que ese sistema alegadamente haya contribuido a mejorar la calidad de vida del pueblo cubano, hay una realidad irrebatible del tamaño de una catedral: ese “maravilloso” régimen fragmentó de manera lapidaria e irremediable a millones de familias cubanas, condenándolas para siempre al dolor de la ausencia, en especial cuando la muerte de los abuelos, los padres, los hermanos, los tíos, los primos y los amigos se vive a la distancia.
Quizá sea cierto que el comunismo cubano ha dado de comer y ha vestido a todos -aunque sea miserablemente- y que ha educado a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Quizá también sea verdad que ha hecho del acceso a los servicios médicos un bien común y que hay decenas de estadísticas que así lo validan.
Sin duda alguna, grandes méritos hay en estos logros y es de justicia reconocerlos, de la misma manera que lo es enfrentarlos con el precio que ellos han significado y, luego de eso, atribuirles su justo valor.
El viernes pasado, el presidente nicaragüense Daniel Ortega felicitó a los hermanos Castro por el quincuagésimo primer aniversario “del triunfo de la Revolución cubana” y destacó que “Cuba es una fuerza ética incomparable” pese a “casi 50 años de bloqueo imperial” y que se ha ganado “la admiración y el respeto” por “su incomparable presencia solidaria en todas partes del mundo”.
Por favor -y perdonen mi estupidez, que tiende a ser demasiado estúpida cuando de comprender la estupidez se trata- ¿alguien me puede explicar sin gritos ni insultos -y sin entrar en grandes divagaciones retóricas-, qué significado tiene el concepto “ético” en el tema de Cuba cuando en la ecuación falta algo tan elemental como la libertad? ¿a qué “ética” se refiere el señor Ortega cuando el Gobierno al que piropea tan hiperbólicamente ha destruido desde la médula el ente más elemental de la sociedad a la que dice estar consagrado?
Por otra parte, es obviamente irrebatible también que hay cubanos que son devotos de los Castro -más de Fidel que de Raúl- y que veneran al régimen, pero muchos de ellos son cubanos que no viven el régimen, pero que sí viven de él... desde la comodidad del imperio.
No hace mucho alguien me dijo que, por su complejidad, el tema de Cuba demanda que sea tratado desde diversas avenidas. Es cierto y es verdad también que hay avenidas más transparentes y menos crípticas que otras. La vivencia es una de ellas y es por eso que debo reconocer que algo muy importante le debo a Fidel y a su revolución: mis dos hijos y nada más.
La madre de ellos -cubana exiliada- fue mi esposa durante muchos años y desde esa entraña viví el drama de su familia -mía también- y de otras similares, formadas por seres buenos, personas a las que la existencia les cambió de manera inexorable y que jamás han dejado de alimentar la ilusión de recuperar algo de la vida que el Gobierno de los Castro le robó en nombre de su singularísima “ética”.
Sí, escribir -o hablar- del tema de Cuba es siempre un campo minado, pero al final la verdad no es buena ni mala, simplemente no tiene remedio.
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