domingo, 24 de mayo de 2015
Desafío humano y moral del presidente Obama
El viernes 29 de mayo,
Oscar López Rivera, condecorado de la guerra de Vietnam, el preso
político más antiguo del planeta, cumple 34 años encerrado en cárceles
estadounidenses, lo que significa que llegó la hora de que el reclamo en
favor de su excarcelación se traslade a Washington, y se escuche fuerte
donde debe oírse como una exigencia de derechos humanos, de moral, de
justicia y de ejercicio democrático real.
Con razón, una parte importante del Caucus Hispano del Congreso envió esta semana una carta al presidente Barack Obama, con copia a la secretaria de Justicia, Loretta Lynch, pidiéndole que conmute de inmediato la sentencia a Oscar, a quien, de no intervenir el presidente, le tocaría permanecer en prisión hasta 2023. Para entonces, el hombre que actualmente tiene 72 años, ya habría cumplido ochenta.
El pueblo de Puerto Rico ha reclamado su libertad durante mucho tiempo, pero con mayor énfasis a partir de mayo de 2013, cuando se celebró un encarcelamiento simbólico masivo que desató marchas y peticiones para que este puertorriqueño, natural de San Sebastián, pudiera regresar a su tierra.
No han surtido efecto en las altas esferas políticas de Washington, ni siquiera los reclamos del gobernador Alejandro García Padilla, quien visitó a Oscar López en septiembre de 2014; ni las peticiones de exgobernadores, mandatarios latinoamericanos, grupos religiosos, gremios profesionales y partidos políticos de todas las ideologías. El desdén hacia las peticiones, ignorando el deseo de la mayoría de los puertorriqueños de que Oscar pueda vivir el resto de sus días el calor de su gente y el amor de su familia, contrasta con los esfuerzos, gestiones y reproches que los Estados Unidos dirigen a otros países que también retienen en sus cárceles a prisioneros políticos.
Ningún otro preso por motivos de conciencia, en ninguna otra latitud, ha cumplido 34 años de cárcel. Ni siquiera Nelson Mandela, que sufrió prisión por 27 años (siete menos que Oscar), y cuya celda el presidente Obama visitó con asombro y recogimiento, como si no pesara en su conciencia el presidio que él ha decidido prolongarle a Oscar López, quien al igual que Mandela, fue acusado de “conspiración sediciosa”, y no cometió asesinato o delito de sangre alguno.
Hace bien el Caucus Hispano del Congreso en recordarle a Obama que el desprecio a la vida de un septuagenario que ha mantenido una actitud intachable, que ha dado muestras de madurez y serenidad a través de sus expresiones públicas, y cuya libertad no representa ningún riesgo a la sociedad, mucho menos a la nación más poderosa del planeta, es deshonra para su gobierno. La democracia no puede utilizar su sistema de justicia criminal para reafirmar el discrimen político ni para prolongar la venganza; y esa obstinación de negarle la clemencia a Oscar tiene matices vengativos y discriminatorios.
En Puerto Rico se siguen haciendo esfuerzos para que Oscar López sea liberado antes que se resienta su salud. Cientos de miles de ciudadanos, a través del País, han aportado tiempo, recursos, empeño y solidaridad en favor de su causa. Esta campaña, que impulsan varias organizaciones, y en la que participan decenas de instituciones prestigiosas, ha tenido repercusión internacional, pero la Casa Blanca ha mantenido una postura de insensibilidad, incompatible como ya dijimos con sus campañas internacionales por los derechos humanos.
La crueldad de retener durante 34 años a un ser humano que ha demostrado el calibre moral y la entereza, deja en una posición comprometida a los que, pudiendo elevarse sobre las mezquindades, se ensañan con Oscar. No queda, pues, otro remedio que seguir internacionalizando el pedido y trasladar a Washington, a la Casa Blanca, y a la atención del presidente Obama, el mensaje de que le falta a la verdad cuando interviene en favor de otros prisioneros de conciencia, dejando que el nuestro languidezca en la prisión de Terre Haute.
Demuestre, señor presidente, su vocación humanitaria y ordene su salida ya.
Con razón, una parte importante del Caucus Hispano del Congreso envió esta semana una carta al presidente Barack Obama, con copia a la secretaria de Justicia, Loretta Lynch, pidiéndole que conmute de inmediato la sentencia a Oscar, a quien, de no intervenir el presidente, le tocaría permanecer en prisión hasta 2023. Para entonces, el hombre que actualmente tiene 72 años, ya habría cumplido ochenta.
El pueblo de Puerto Rico ha reclamado su libertad durante mucho tiempo, pero con mayor énfasis a partir de mayo de 2013, cuando se celebró un encarcelamiento simbólico masivo que desató marchas y peticiones para que este puertorriqueño, natural de San Sebastián, pudiera regresar a su tierra.
No han surtido efecto en las altas esferas políticas de Washington, ni siquiera los reclamos del gobernador Alejandro García Padilla, quien visitó a Oscar López en septiembre de 2014; ni las peticiones de exgobernadores, mandatarios latinoamericanos, grupos religiosos, gremios profesionales y partidos políticos de todas las ideologías. El desdén hacia las peticiones, ignorando el deseo de la mayoría de los puertorriqueños de que Oscar pueda vivir el resto de sus días el calor de su gente y el amor de su familia, contrasta con los esfuerzos, gestiones y reproches que los Estados Unidos dirigen a otros países que también retienen en sus cárceles a prisioneros políticos.
Ningún otro preso por motivos de conciencia, en ninguna otra latitud, ha cumplido 34 años de cárcel. Ni siquiera Nelson Mandela, que sufrió prisión por 27 años (siete menos que Oscar), y cuya celda el presidente Obama visitó con asombro y recogimiento, como si no pesara en su conciencia el presidio que él ha decidido prolongarle a Oscar López, quien al igual que Mandela, fue acusado de “conspiración sediciosa”, y no cometió asesinato o delito de sangre alguno.
Hace bien el Caucus Hispano del Congreso en recordarle a Obama que el desprecio a la vida de un septuagenario que ha mantenido una actitud intachable, que ha dado muestras de madurez y serenidad a través de sus expresiones públicas, y cuya libertad no representa ningún riesgo a la sociedad, mucho menos a la nación más poderosa del planeta, es deshonra para su gobierno. La democracia no puede utilizar su sistema de justicia criminal para reafirmar el discrimen político ni para prolongar la venganza; y esa obstinación de negarle la clemencia a Oscar tiene matices vengativos y discriminatorios.
En Puerto Rico se siguen haciendo esfuerzos para que Oscar López sea liberado antes que se resienta su salud. Cientos de miles de ciudadanos, a través del País, han aportado tiempo, recursos, empeño y solidaridad en favor de su causa. Esta campaña, que impulsan varias organizaciones, y en la que participan decenas de instituciones prestigiosas, ha tenido repercusión internacional, pero la Casa Blanca ha mantenido una postura de insensibilidad, incompatible como ya dijimos con sus campañas internacionales por los derechos humanos.
La crueldad de retener durante 34 años a un ser humano que ha demostrado el calibre moral y la entereza, deja en una posición comprometida a los que, pudiendo elevarse sobre las mezquindades, se ensañan con Oscar. No queda, pues, otro remedio que seguir internacionalizando el pedido y trasladar a Washington, a la Casa Blanca, y a la atención del presidente Obama, el mensaje de que le falta a la verdad cuando interviene en favor de otros prisioneros de conciencia, dejando que el nuestro languidezca en la prisión de Terre Haute.
Demuestre, señor presidente, su vocación humanitaria y ordene su salida ya.
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